martes, 29 de mayo de 2007

Lluvia ocasional (Raul Ruiz)

La ventana estaba empapada por la lluvia exterior, y el ambiente enfriaba paulatinamente, Estela acostada en su cama miraba sin atención los focos en el techo, mientras pensaba en la lejanía de Armando, su pareja que había salido de viaje y que probablemente la estaría engañando en esos momentos, no sería la primera ni la última vez, pues él tenía mucha suerte con las mujeres y era sumamente promiscuo.
Para Estela la relación que sostenía con Armando de dos años y medio era la más larga e intensa que había tenido, y quizás por esa razón seguía perdonando sus infidelidades.
Ambos habitaban un departamento pequeño en la colonia Roma y se podía aventurar que vivían en unión libre. Ella era estudiante de literatura hispánica en la UNAM, él arquitecto con algún renombre y de familia acomodada.
Pero en la noche que nos ocupa, los pensamientos de ella le llevaban a suponer las aventuras de su amante y a guardar rencor e impotencia en los recovecos de su imaginación. De pronto, harta de pasar aquella tarde lluviosa y gris pensando en cosas irremediables, Estela dio un salto para levantarse de la cama y se dirigió al baño del departamento, el cual contaba con un espejo del tamaño de la pared que la dejaría ver su hermosura en la máxima expresión: la desnudez. Ahí, con solo su propia imagen de frente, se encontró irresistible; sus cabellos castaños claros y largos le llegaban hasta el pecho e intentaban cubrir sus senos redondos coronados con pezones color canela casi perfectos, los cuales delataban su excitación narcisista y estaban completamente erectos, su abdomen, completamente liso delineaba un pequeño ombligo que era la puerta principal a lo que más debajo se escondía perfectamente tras un manto de fino vello casi rubio, la húmeda vulva que le invitaba a gritos a tocarse y experimentar como venganza un placer mayor al que podría encontrar si Armando estuviera presente. Sus piernas por otra parte eran largas y torneadas, sin ninguna cicatriz en las rodillas y de un color tan blanco y fino como todo su cuerpo. Por último, y tal vez más sugestivo, su rostro, inocente y pícaro a la vez, de una belleza casi infantil que ocultaba un carácter duro y arrogante era la llave para saber si algún intruso afortunado pudiera jugar a ser dueño de aquella intimidad tan embriagante.
Estela no aguantó más aquella visión y lentamente condujo sus dedos al clítoris que la esperaba deseoso por un contacto aventurado, sin embargo, justo cuando su dedo le proporcionaba un entrecortado gemido, el timbre del departamento irrumpió rompiendo el encanto inmediatamente.
Acto seguido ella maldijo la oportunidad y se apresuró a ponerse una ligera tanga y unos jeans apretados, además de una blusa blanca sin mangas, sin preocuparse si quiera por la ausencia de brassiere.
Cuando abrió la puerta a la insistencia del dichoso timbre se encontró a uno de sus compañeros de la Universidad, completamente empapado y temblando de frío. El nombre del visitante era Román, y su descripción era opuesta a la de la de Armando, pues el estudiante era apenas de la estatura de ella y no exageradamente alto, moreno y no ario, robusto, y no espigado como su amante.
Román pidió permiso para entrar en el departamento argumentando la tremenda tempestad de afuera, y fue entonces cuando Estela se dio cuenta de que ella nunca le había dicho a él donde vivía, y mucho menos había entablado una conversación larga con el recién llegado, para ella, él solo era un compañero más, una persona sin relevancia entre las tantas otras que cursaban su carrera. Sin embargo en ese momento y ante la duda que la carcomía, decidió dejarlo entrar, así sin más preguntas, sin esperar ninguna explicación.
Ella le ofreció una taza de café y él la aceptó sin dudar, luego se condujo con naturalidad hasta la cocina ante la mirada extrañada de la dueña de la casa.
-Casi no hablamos en la Facultad, que te trae por aquí.- dijo ella sin mucho afán-
- Creo que ya lo sabes.- dijo él con un tono completamente diferente al que uso en la puerta del departamento.

Estela sintió temor por primera vez y se postró frente al invasor intentando disimular su desconcierto, mientras miraba que tras las ropas empapadas de aquel hombre se ocultaba una musculatura incipiente y mucho mayor que la de Armando.

-Te he seguido, por días enteros, por semanas, te he visto desde mis sueños, esperando el momento de encontrarte al fin enfrente mío, como ahora, sola y frágil, indefensa, lista para verme, para notarme, para preferirme sobre cualquier otro hombre, para ser mía exclusivamente- le soltó Román a quemarropa mientras se acercaba a ella decididamente- no puedes escapar, solo déjate llevar, deja fluir tus sentidos y concéntrate en sentir, en experimentar conmigo otros mundos de placer y deseo.

Estela apenas pudo abrir la boca, cuando unas manos empapadas la sujetaron por el talle y una boca ansiosa la cubrió de besos lascivos. Pronto sintió como su pequeña blusa se desgarraba y dejaba a la vista sus senos, ahora mancillados por las manos de Román, sintió también como sus pezones eran apretados y lamidos por el agresor, mientras sus manos torpes le despojaban de los jeans para después jalar su pequeña tanga contra su vulva haciéndola gemir fuertemente.
Después los dedos del intruso entraron en su sexo, penetraron hasta donde era posible, tocaron cada rincón de su vagina, mientras la otra mano de Román acariciaba sus nalgas fuertemente.
Todo era confusión en la cabeza de Estela, momentos que parecían eternos y la desorientaban totalmente, estaba siendo ultrajada por un conocido, pero al mismo tiempo ya no sentía dolor ni miedo, solo un deseo maniaco en su cabeza que la llevó de los gritos de desesperación a los de placer en cuestión de segundos, Román había notado eso y le susurraba al oído que ya lo sabía, que estaba conciente que ella también lo deseaba y que era tan sucia como él.

Ella no hizo caso a las palabras de su atacante, solo comenzó a morderlo suavemente, mientras lo despojaba del pantalón sintiendo su miembro erecto y acariciándolo furiosamente.
Fue Estela quien lo condujo a su interior y fue ella quien el éxtasis del placer se movía furiosamente retorciéndose contra el falo de Román, más rápido, más rápido, hasta que llegó un momento en que un orgasmo compartido le hizo perder el sentido.

La lluvia continuaba en el exterior, y un sonido leve despertó a Estela de su sueño, estaba sobre su cama, completamente vestida y en la misma posición que tenía mientras miraba el techo y pensaba en Armando. ¿Acaso sería un sueño? Se preguntó, mientras que, debajo del diluvio, y como una sombra, la silueta de Román se ocultaba, dibujando en su rostro empapado una sonrisa macabra.